Él y ella
El porche de aquella casona
de ladrillos rojos en medio de los árboles era el lugar ideal para disfrutar de
las tardes soleadas. Y allí estaba Ella, con un vestido de gasa vaporoso y una
pamela de rafia que se sujetaba al pelo con una lazada a juego con la falda.
Estaba sentada en una mecedora que crujía con el balanceo y que parecía seguir
el ritmo del trino de los pájaros. Contemplaba el jardín como todos los días y
paseaba su mirada vigilante sobre los columpios de colores, vacíos desde hacía
años, que sólo se movían cuando soplaba el viento.
—Inés, David, tened
cuidado, no os columpies tan fuerte —dijo Ella a sus hijos levantando la voz.
—Señora, tiene que tomarse
la medicación —le indicó la chica que se encontraba a su lado.
—No necesito ninguna
medicación. Llame a mi marido.
—Le he traído un té
caliente y unas pastas, pero lo primero, las pastillas —insistió la chica de la
bata blanca con extremada dulzura.
Ella la miró incrédula y de
pronto, le regaló una enorme sonrisa. “Pero si eres María, mi amiga de la
infancia”, quiso recordar.
—¡Qué alegría! No pareces tú con esa ropa. Ven, cuéntame qué dicen en el pueblo. Hace tiempo que nadie
me visita. Aunque no lo creas, ya sé que me critican y que piensan que soy
culpable, pero no hice nada. Fue mi marido quien tuvo una amante. No fui yo la que empezó. Después quiso quitarme a los niños—la voz
se quebró en un susurro y tras un corto silencio añadió—: Pero ya lo hemos
arreglado y ahora somos felices. Como puedes suponer, yo le he perdonado a medias, aunque Él me ha prometido que nunca volverá a pasar. Ahora nos va bien. En los negocios, Él es un lince; bueno, tú ya
sabes, y los niños son buenos estudiantes y tan guapos…Irán a las mejores
universidades.
—Señora, tome las
pastillas.
—¿María?¿Dónde ha ido?
Venga, ya me tomo las dichosas pastillas para que me dejes en paz y vete a
decirle a mi amiga que vuelva otra vez mañana — dijo, perdiendo la paciencia y
mirando hacia otro lado.
Poco a poco, los recuerdos
se mostraron ante Ella al vaivén de su mecedora. Su vida de lujo, las numerosas
fiestas. Su guapo y codiciado marido que era la envidia de todas sus amigas. Y
los niños, tan pequeños, ellos lo eran todo.
Vio que las ramas colgantes
del sauce llorón se movían. Era Roberto que acudia a su encuentro. Fue su más fiel
compañero cuando Él no estaba en casa. Le regalaba flores, le tendía el brazo
donde apoyarse en los largos paseos por la finca en los que compartían
confidencias. Le hacía reír con su desparpajo poco educado. Jugaba con
los niños y planeaba las excursiones al río, donde los besos furtivos paraban
el tiempo y las grandes palabras se quedaban prendidas de los árboles.
Ella iba hacia él, quería
abrazarlo, pero ya no estaba. Se dejó caer sobre la hierba.
—“No quiero seguir aquí, no
quiero, llévame contigo”, murmuró entre sollozos.
Recordó de nuevo aquella
locura, aquel sinsentido. Cómo con frecuencia, Él le gritaba y le levantaba la
mano. Enamorada, Ella se rendía y suplicaba. Su consuelo eran los niños hasta
que llegó Roberto y tuvo fuerzas para hacerle frente. Las discusiones
aumentaron hasta que un día lluvioso y gris, Él llegó de improviso a casa con
un rifle. El sonido que salió del arma fue ensordecedor. Tanto, que bien pudo
haberse confundido con el trueno de una mala tormenta. Roberto yacía muerto en
el suelo y todo olía a pólvora. Fue Ella quien lo encontró al volver con los
niños del colegio. La sorpresa y el dolor del momento facilitaron que Él
se llevara a sus hijos y nunca más volvieron.
—Dios mío, no me hagas
esto, por favor —imploró a lágrima viva. El silencio lo invadía todo.
Se levantó con lentitud
como si los años acomodados en su frágil espalda hubieran aumentado de peso. Se
volvió hacia el porche donde esperaba paciente la chica.
—Ni se te ocurra volver a
darme esas pastillas. ¿Queda claro? — dijo, señalándola con el dedo índice en
actitud amenazante—. Me he manchado el vestido y mira mis ojos. Si viene Él y
me ve así se enfadará. No le digas lo que has visto. Ni se te ocurra—le ordenó,
recuperando su antigua compostura.
La chica la acompañó al
dormitorio. Con mimo, la ayudó a cambiarse y a meterse en la cama. Con el arrullo
acompasado de su voz fue calmando a Ella que se recostó plácidamente para
dormir y bucear en otros laberintos.
Mar Lana
Cuánta gente tendida en el diván de las horas oscuras, de un siniestro pasado que agarrota la mente y los músculos. Comparto. Un abrazo
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Mª José.
ResponderEliminarUff qué bueno María del Mar.Me llegó profundamente.Besos
ResponderEliminarGracias de nuevo, Rosario. Besos.
ResponderEliminarEntretenida lectura. Por momentos, te confieso, me resultó difícil entender algunos detalles. Pero en sí, agradable leerte. Saludos, Maria del Mar!
ResponderEliminarIgnacio, muchas gracias por leerme. Pero no te prives de comentar lo que veas difícil. Un saludo.
ResponderEliminarEres una de las mejores escritoras que conozco Maria Del Mar Lana, y me siento orgullosa de ser tu amiga. A ver si se me pega algo. Muy bonito relato.
ResponderEliminarJo, Carmen, me pones colorada. Como dicen en mi tierra "tas pasao". Orgullosa estoy yo de haberte conocido a ti y a los demás compañeros del curso. Seguiremos juntos, compartiendo fatigas, para salvar los obstáculos que se nos presenten en este pedregoso camino de la escritura. Un besazo.
ResponderEliminar¡Vibrante y cautivador! Sabes captar al lector y llevarlo sin respiración hasta el final del relato, dejando abierta la puerta de la imaginación de cada uno para completar la historia.
ResponderEliminarMe declaro tu fiel seguidora.
Gracias Mar por estos pequeños maravillosos momentos literarios.
Reyes, me alegra enormemente que te guste. Gracias por comentar. Esto es como en el pádel, entrenamiento y más entrenamiento. Me encanta tenerte de apoyo. Muchos besos.
ResponderEliminarQué preciosidad María del Mar, ese retrato de vidas quebradas atrapadas en la hora del dolor.
ResponderEliminarCompartido.
Un besazo enorme.
Mabel, muy honrada por tu visita. Gracias por tu cariñoso comentario. Un besazo.
ResponderEliminarLana eres toda una escritora tienes estilo y talento a raudales me ha gustado mucho tu relato
ResponderEliminarthe dark, me alegro de que ta haya gustado el relato. Muy agradecida por todo el empuje que trasmite tu amable comentario. Espero no defraudar tu confianza. Un abrazo.
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