Secuencia de familia
Esta tarde mi hijo llegó pronto a casa. Sólo un cuarto de
hora después de que finalizaran las clases del colegio. Cuando entró, pasó junto a mí cabizbajo, el gesto adusto y los labios apretados. No hubo un saludo ni
siquiera una mirada. En dos zancadas llegó a su habitación y, para entrar, dio un
puntapié a la puerta que, tras rebotar contra la pared, se cerró con estrépito
haciendo vibrar toda la casa. Una mezcla de susto y sorpresa me llevó a ir
detrás de él, antes de que se percatase de que no había guardado su intimidad
cerrando con llave.
—¿Qué ocurre, Dani? ¿Ha sucedido algo en la escuela?
Iba a continuar insistiendo, cuando al entrar en la habitación me sorprendió verla tan diferente. Daniel, desde que murió su padre, apenas me dejaba asomarme a su cuarto argumentando que quería tener intimidad y que él se ocuparía de arreglarlo. Pensé: “se está haciendo mayor, es un adolescente y me pareció lógico que quisiera tener un espacio propio”. No obstante, me hice la desentendida y entraba de vez en cuando para ordenarle la ropa. No utilizaba las perchas, todo lo iba dejando amontonado en una butaca hasta taparla por completo. Luego, no encontraba nada limpio en el armario para ponerse. Y en la medida que se dio cuenta de que no iba a poder evitar mis incursiones semanales, utilizó la llave para todos los compartimentos que contaban con cerradura. Los cajones de la mesa de estudio situada debajo de la ventana, el archivador. Llegó, incluso, a comprar en un mercadillo un baúl bastante grande que cerraba meticuloso con un candado y que colocó a los pies de la cama. También daba uso al pestillo de la puerta.
Iba a continuar insistiendo, cuando al entrar en la habitación me sorprendió verla tan diferente. Daniel, desde que murió su padre, apenas me dejaba asomarme a su cuarto argumentando que quería tener intimidad y que él se ocuparía de arreglarlo. Pensé: “se está haciendo mayor, es un adolescente y me pareció lógico que quisiera tener un espacio propio”. No obstante, me hice la desentendida y entraba de vez en cuando para ordenarle la ropa. No utilizaba las perchas, todo lo iba dejando amontonado en una butaca hasta taparla por completo. Luego, no encontraba nada limpio en el armario para ponerse. Y en la medida que se dio cuenta de que no iba a poder evitar mis incursiones semanales, utilizó la llave para todos los compartimentos que contaban con cerradura. Los cajones de la mesa de estudio situada debajo de la ventana, el archivador. Llegó, incluso, a comprar en un mercadillo un baúl bastante grande que cerraba meticuloso con un candado y que colocó a los pies de la cama. También daba uso al pestillo de la puerta.
Al
principio, vi que sustituía los juguetes infantiles por otros adornos propios
de su edad. En la librería de madera, situada en la pared del fondo, empezó a quedar
espacio que rellenó con libros, fotografías, y algún pequeño trofeo de actividades
colegiales. Pero después, me di cuenta de que empezaban a faltar objetos
queridos y que eran reemplazados por otros menos personales. Desaparecieron fotos,
en algunas estaba con su padre pescando y acampando en el monte, otras eran de
los amigos de la infancia. Tampoco estaba ya el retrato sonriente de su mejor
amiga. Hoy la habitación estaba a oscuras. Las persianas, entornadas, no
dejaban ver los árboles de la calle. El olor a cerrado, unido con el incienso
de las velas, hacían el ambiente irrespirable. La ropa ya no se veía en la
butaca, sino en el suelo, desperdigada en feliz mezcolanza con los zapatos y
algunos discos. Una hilera de posters negros, cada cual con personajes más
aterradores, empequeñecían la habitación. La cama era un revoltijo de telas
arrugadas y sobre ellas mi hijo, todavía un niño, tumbado con los cascos
puestos en la cabeza martirizando sus oídos con la chirriante Metálica, al
mismo tiempo que grandes lagrimones resbalaban por sus sienes y mojaban la
almohada.
—¡Eh!,
quítate eso de la cabeza, me gustaría hablar.
Dani
dio un respingo al verme tan cerca. Supongo que creyó haber cerrado bien la puerta.
—¡Mamá,
joder!, ¿qué haces aquí? Me prometiste no entrar. Este es mi cuarto. Quiero
estar solo—dijo, desconsolado, mientras se restregaba la cara —. No quiero
hablar con nadie, ¡márchate!
—No
puedo irme, me preocupas, soy tu madre. Sé que te pasa algo y que llevas un tiempo
esquivándome. No puedo adivinar lo que te sucede.
Dani,
se dio la vuelta en la cama dándome la espalda. Como en otras ocasiones daba
por finalizada la conversación, pero esta vez no me rendí.
—Venga,
hijo, no tienes una madre tan torpe como para no entender lo que te inquieta.
Si hablas conmigo te vas a sentir mejor.
— ¿Te
acuerdas de papá? —dijo, con un hilo de voz, tras unos minutos que me parecieron
una eternidad.
—Pues
claro, ¿crees que puedo olvidarle? Fue el amor de mi vida —contesté aliviada al
comprobar cómo, en esta ocasión, esa muralla que envolvía a mi hijo empezaba a
agrietarse. Incluso, por un momento, bajé la guardia y estuve a punto de
perderme entre mis recuerdos y llorar con él.
—Ya
no le recuerdo, mamá. Cada día tengo más desdibujado su semblante. La verdad es
que no quiero acordarme de él para no echarle de menos.
Antes
de seguir hablando hizo un movimiento para acurrucarse más en la cama.
—Tenía
que estar aquí con nosotros —continuó—, no es justo. Seguro que entonces esos
chicos me dejarían en paz. Yo debo ser el hombre de la casa, hacer como hacía
papá, y en cambio estoy aquí encogido con miedo a salir a la calle. Él se avergonzaría
de mí.
—No
es una vergüenza sentir miedo —dije, mientras me acercaba para acariciarlo —. ¿Quiénes
son esos chicos? Podemos buscar la solución juntos. Todavía somos una familia.
Se
dio la vuelta y me miró inseguro. Calibraba la eficacia de mi ayuda frente a
las posibles represalias de compañeros sin escrúpulos.
—Son
dos bravucones del cole — respondió con lentitud, con miedo a seguir hablando —. Hoy
me han quitado la cazadora—de nuevo hizo una larga pausa —. Me han amenazado con
una paliza si no les doy lo que piden. Mis amigos no quieren saber nada porque
les temen.
Después
de oír aquello, me dirigí a la ventana y la abrí de par en par. Una ráfaga de
viento depuró el ambiente y apagó las velas. La naturaleza, desbordante de vida,
entró a raudales en la habitación con los rayos del sol.
Ven, nos
vendrá bien dar una vuelta mientras charlamos. Iremos al colegio para que sepan
lo que sucede y a partir de ahí, hablaremos de tu padre con más frecuencia; de
lo que te quería, de sus sueños, y de lo orgulloso que estaba de su familia. Él
sigue siendo el motor de mi vida y si tú no abandonas su recuerdo, aunque ahora
no lo creas y te duela, lo sentirás siempre a tu lado y eso te hará más fuerte.
Mar Lana
Me gustó el relato Mar, es ver la habitación de mis hijas, jaja... en cuanto al texto solo decirte que corrijas "su hijo" porque parece el hijo de Daniel y vos venis contando ... a mi hijo... No sé me parece, controlalo vos.
ResponderEliminarel perder a un padre, lleva a un duelo interno, se siente dolor pero no se saca por miedo a herir al otro... mi hijo por ejemplo, un día retó a sus hermanas por nombrar a mi papá, diciendo que a mi me hacía mal. Tuve una charla con los tres para dejarles el mismo mensaje que vos, estuvo en nuestras vidas, es nuestra historia y esta en ellas siempre. Nombrarlo es acercarlo todos los días.
Cariños
or
Graciás, Silvana, ye he corregido lo que me has señalado. Ha sido un lapsus. Me alegra que te pases por mi relato y que te haya gustado. Perder un padre es algo muy serio a cualquier edad y un marido ya ni te digo. Muchos besos guapa.
ResponderEliminarUna historia de ficción... que no lo es, lamentablemente conozco casos como el del protagonista de tu relato y, francamente (y tristemente), no se suelen arreglar con una charla... hay un fondo en la cuestión que va más allá de unas simples riñas de colegio, más allá de un susto, e incluso, más allá de lo que un simple adolescente puede soportar. Ojala más padres o madres como tu protagonista, se dieran cuenta a tiempo de lo que les ocurre a sus hijos, la lástima es que, ya sea por trabajo o por dejadez... no se dan cuenta hasta que ya es demasiado tarde. Me gustó tu relato María. Un abrazo.
ResponderEliminarNo leí la versión anterior pero la actual me parece muy emotiva, bien lograda, con descripciones mínimas pero que ubican al lector en los personajes.
ResponderEliminarMe encantó la persistencia de la madre para acompañar el proceso del duelo del hijo, por encima del propio.
Un gran abrazo, María del Mar.
Frank, muy honrada por tu visita y por tu comentario. El tema adolescente da para mucho más que 5000 caracteres. Tienes razón en que solo con una conversación no se llega al fondo de los problemas, pero siempre es un comienzo. De hecho, el problema es que no se suele hablar en profundidad. Todavía estoy espantada de la noticia sobre la niña asesinada en Palma. En tan solo seis meses, todo a espaldas de los padres, unos sinvergüenzas consiguieron hacer de esta niña una adicta a las drogas, la obligaron a prostituirse y la asesinaron mediante una sobredosis dejándola en el portal de su casa. Una desgracia que ha dejado a unos padres desolados que dijeron que su hija ni fumaba ni la habían visto rara en ningún momento. Por desgracia, muchos padres hacen lo que pueden y los hijos saben cómo mentirles. Los padres, a la hora de educar, copian lo que han vivido o lo tienen como referente, pese al cambio drástico de la sociedad. Antes valía un castigo o un cachete, y el ambiente social también tenía sus normas y sus rechazos sancionadores. Ahora no hay ninguna de las dos cosas.
ResponderEliminarMuchas gracias por leerme. Un abrazo.
Suprimo lo del cachete por si alguien se solivianta y aclaro que me refiero solo a la falta de autoridad que hay hoy en las familias, en la escuela y en la sociedad.
ResponderEliminarMirella, muchas gracias por tu amable comentario. La versión anterior está en el foro madre de Ultraversal, con el título de Bullying, y con dos estupendas correcciones de Gabrí y de Eva. Si quieres comparar date una vuelta.
ResponderEliminarMuchos besos.
La vida continúa, se rebobina pero no hemos de olvidar que aquellos que ya no están, su reflexión, su recuerdo, nos pueden ayudar a trazar un camino por la vida sin tanta aridez. Comparto. Besos
ResponderEliminarMuchas gracias, Mª José por leer, comentar y compartir.
ResponderEliminarMuchos besos.