El niño de la favela encuentra
al Principito
Amanecía otro día de desamparo para Malcon, el niño descalzo que peregrinaba entre
las endebles casas de adobe y chapa, para encontrar algo de comer y calmar las
punzadas de su demacrado cuerpo. Rebuscaba
entre montículos de basura bajo un sol
despiadado que parecía querer incinerarla. Al no encontrar nada decidió
acercarse a la escuela de la barriada, cuyo tejado rojizo, único punto de color en el horizonte, ejercía
su peculiar llamada. Las destartaladas aulas estaban abandonadas. Ya no venían
los profesores, pero con frecuencia aparecía por allí una mujer bien vestida, de
cara afable, el pelo blanco anudado en la nuca, que contaba cuentos a los
niños. Esa mañana, Malcon le hizo muchas preguntas a la señora y de la misma forma que le sucedía al
protagonista del cuento que acababa de oír, descubrió en las respuestas, que las
personas que trabajaban y vivían sin penurias, no entendían nada, no veían lo
importante, porque solo miraban con los ojos, pero se dio cuenta de que ella sí
miraba con el corazón. Era la única que ponía
flores en la ventana y las regaba con palabras, la que animaba y
consolaba a los pequeños con su sonrisa. La que les llevaba panecillos de miga blanca y algún dulce cuando podía. Al marcharse, Malcon se quedó triste, aunque
después contempló sonriente el cielo y de noche escuchó los cascabeles de
las estrellas.
Lana Pradera
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